Escritos

Sobre María

María modela el barro. Su tierra, en la que expresa su arte es pura arcilla roja. Y la moldea, a su antojo, hasta crear la forma que ocupa en el espacio. Y el espacio se hace forma, se hace sueño cuaja emergiendo desde el polvo rojo de los caminos de una tierra roja, dúctil, maleable, arcilla manchega pura, forjada en obra de arte.

Desde el tiempo y con el tiempo. Prousiano, perdido y recobrado desde aquellos primeros colores de óleo de su infancia y adolescencia, la pasión por el arte crece al mismo tiempo que se desarrolla su vida de artista. Entre el bullicio de la ciudad enorme, la conjugación suave de polvo y agua, en un volumen etéreo lleno de vida, forma y color, que de la nada emerge hasta ser un todo.

Adquiere formación, adquiere técnica (con Julio López Hernández), adquiere conocimiento y escuela de maestros, recorre las aulas del conocimiento, rebusca entre sus ancestros, en la artesanía, en poso de nuestra historia, las claves que le permitan llegar a la meta que persigue, crear, dar vida a la forma inerte, que deviene en belleza, en arte.

Y el trabajo da sus frutos. La creación brota de sus manos y se hace obra allá por donde camina. Modela. Sus dedos esculpen vida en bustos y esculturas, en máscaras, en formas de aire, gráciles y etéreas ocupando su sitio, su lugar en el espacio.  Y expresa con sus técnicas un mundo de fantasía. De la plancha surge el lienzo, del churro nacen las formas, del torno los volúmenes…, que se mezclan en un  mundo de expresiones estéticas, de belleza casi sutil, rematada por texturas, por colores de óxido, por esmaltes y engobes que culminan el proceso de la creación. Y el barro se ha hecho luz, soplo de vida.

Su estilo personal, forjado en la mezcla de las distintas técnicas, abre un camino por el que muestra al mundo su sentir, más allá de escuelas y encasillamientos. Pura expresión artística que se presenta en multitud de exposiciones por todos los rincones del mundo del arte, lejos incluso, de los límites espaciales de las fronteras. El arte es universal y a todos llega. Y allí está el barro, está la arcilla, la obra de arte de María.

Recibe premios, (enlace a premios), recibe loas, allá, incluso, donde la cerámica es madres (Talavera de la Reina), allá, incluso, en los lugares remotos donde lo efímero cuenta. Ajena a sus bullicios, María, crea. Cierra la puerta a sus espaldas y en la soledad del taller araña entre la nada buscando y rebuscando nuevas formas, nuevas técnicas que forjen, más aun si cabe, su espíritu de artista. Y mezcla y pesa los óxidos cual tenaz alquimista que busca la fórmula mágica para dominar la luz, el color, la textura… Se recrea en sus encantos, hunde sus dedos en la tibia masa, surca, con el arado de sus manos, la plancha, funde con sus técnica, el churro a la pieza del torno, mide temperaturas, tritura el barro, ya cocido, creando un polvo de estrellas, chamotas, que le sirva para suavizar la piel de sus esculturas… Crea.

María es barro. Nace del barro en una tierra ancestral en la que el barro es la vida. Y su cerámica es magia, forma y expresión pura de un arte que nace de sus entrañas, que corre por su sangre, roja como la arcilla, hasta las yemas de sus dedos, para dar forma a la forma, para dar vida a la vida.

Antonio Mata.  2008


Reencuentro

“Recorrer con los sentidos la obra de María, desde los inicios hasta la actualidad en esta muestra que, a partir de hoy, nos ofrece significa, en primer lugar y por encima de otras consideraciones superar de un plumazo la vieja y eterna antinomia del ceramista, ¿Puro o aplicado?,¿Artista o artesano?.

La obra que se exhibe permanente reencuentro de la autora con la materia, proclama a los cuatro puntos cardinales la supremacía del arte, de la perpetua búsqueda de la forma, del color, de la textura, del conjunto, de la sempiterna lucha por el dominio y control de la naturaleza, por el control y el dominio de la expresión.

Hay en el trabajo que hoy vemos una necesidad imperiosa de transmitir al espectador que el barro, el gres, la porcelana… la tierra, en última instancia, tienen alma cuando se unen a las manos de la artista y, esa alma queda profundamente enriquecida, intensificada, contraída por la acción creativa del fuego. Y de ahí, de esa conjunción perfecta de manos, materia y fuego brota lo esencial, la nómina de formas, el hallazgo técnico y estético la que ella llega tras un largo proceso de investigación-experimentación-reflexión creativa.

Y cada vez que uno se asoma a la obra de María se siente poseído por una sola duda. No sabe si admirar esas hermosas esculturas cerámicas (“más densas, mas planas, más oscuras, más lentas” escribía hace unos días Bernardo Atxaga en Chillida-lexu) o esas composiciones murales planas o esas estructuras escultóricas con elementos móviles, o esas formas esenciales que surgen de lo más hondo de la tradición (de Micenas al tío José el alfarero): Jarras y platos que tienden sin falsos alardes, al universo conceptual y dejan de tener su carácter puro y funcional para convertirse en auténticas esculturas.

Destacar, además, que en María (perdón por la metonimia) se cumple un hermoso reto, el acuerdo perfecto, la armónica conjunción del color y la forma, aspiración suprema del artista plástico. Tanto si miramos sus murales, sus platos de siempre como sus últimos experimentos de rostros negros sobre discos, a caballo entre el realismo más feroz y el futurismo más orweliano.

Hay flotando, sobrevolando este re-encuentro, un hecho que constituye el elemento de unión globalizador en un conjunto tan singular como pluriforme. Es, (y nadie podrá convencerme de lo contrario) la clara intencionalidad estética. Desde el más simple adorno menor (flor, árbol, mariposa, velero…” pan de ceramista) hasta la complicada estructura de complejidad constructiva, pasando por esos platos-bodegones, en cada poro, en cada mínima variante de textura o color se pone de manifiesto un descarado deseo de ser arte, voluntad de aparecer como obre de auténtica “poiesis” (creación), expresión voluntaria de corazón, manos y materia. Todo un intento de lograr auténticos remansos de solaz para el ojo, el oído (un consejo, intentad descubrir la diferencia entre las obras sonoras y las del silencio) así como para el tacto… en definitiva, obra que te lleva a lo esencial, que contra la epidermis.

Gracias, María.”

Vicente Zaragoza.

 


Aproximación a la obra de María.

Pasear tranquilamente con la mirada y el corazón la obra de María es sumergirse en un universo creativo y descubrir, poco a poco, el rico y enriquecedor paso del tiempo. Ninguna materia queda ajena a las manos prodigiosas de la artista que convocan a la forma y dan vida a las esencias nacidas de su capacidad creadora y de su talante experimentador. Ninguna textura, ningún color escapa del atrevimiento que habita en su competencia y dominio como ceramista.

Cada vez que uno se asoma a la obra de María se siente poseído por una sola duda. No sabe si admirar esas hermosas esculturas cerámicas (“más densas, mas planas, más oscuras, más lentas” escribía Bernardo Atxaga en Chillida-leku) o esas composiciones murales planas o esas estructuras escultóricas con elementos móviles, o esas formas esenciales que surgen de lo más hondo de la tradición -desde Micenas al popular alfarero-: Jarras y platos que tienden sin falsos alardes, al universo conceptual y dejan de tener su carácter puro y funcional para convertirse en auténticas esculturas.

Y reencontrarse con el paso del tiempo es descubrir cómo el alma- inquieta  y artista- de María rejuvenece de pronto y se impregna de un intenso espíritu lúdico, las esculturas se despojan de su halo formal y se tornan elementos sintéticos. Es el tránsito del gres a la porcelana –más limpia, más luminosa- y de ésta a la humildad transida de negrura de las pizarras.

Y es que uno se encuentra que el camino del artista, el camino que recorre María tiene una senda de la que brotan, por ensalmo, por exorcismo, fértiles vericuetos que se le ofrecen como territorios por explorar. Todos ellos conducen al mismo destino, idéntico objetivo, el descarado deseo de ser arte, voluntad de aparecer como obra de auténtica “poiesis” (creación), expresión voluntaria de corazón, manos y materia. Todo un intento de lograr auténticos remansos de solaz para el ojo, el oído (un consejo, intentad descubrir la diferencia entre las obras sonoras y las del silencio) así como para el tacto… en definitiva, obra que te lleva a lo esencial, flechazo dirigido a lo más hondo de nuestra sensibilidad receptora.

                                                                         Vicente Zaragoza.